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martes, 7 de mayo de 2013

LATINVM AD LATRINAM (VIII): ¿MANTUVO LA COMPAÑÍA LA LLAMA?


[Como  no traigo para escarnio a ningún dómine de provincias, sino que voy a encausar a toda una congregación, me ha salido un poco prolijo. Divido en dos; el resto, en breves instantes]

[Dentro de la segunda de las cuestiones de esta sección, a veces me pregunto quién sería el último que habló latín en este país. De que en el XIX en la escuela laica se había perdido su uso hemos visto ejemplos suficientes; es más, creo poder demostrar que en fecha tan temprana como 1800 ya se había reducido su enseñanza a manuales gramaticales de los que nuestros libros de texto no son más que caros descendientes. Lo que quiere decir que nunca estuvo presente en dicha enseñanza. Pero eso será otro día.]

             Lo que hoy voy a desmontar la especie de que el latín hablado fue conservado hasta antes de ayer por las órdenes religiosas con establecimientos de educación, en particular por la Compañía de Jesús. Y no es que vaya a negar al lóbrego enjambre ignaciano su persistencia en mantener contra viento y marea la importancia del latín en sus planes de estudios. Basta para ello comparar los relatos de los famosos alumnos que pasaron por sus manos, frente a los de los no menos ilustres que acudieron a sus rivales de las Escuelas Pías, en los que son otras materias las que ocupan sus recuerdos: así los escolapios Arturo Barea o Azorín se acordaron de los binomios y de la Tabla de logaritmos vulgares, pero no del latín  .

            Simplemente traigo algunas de las muestras que he coleccionado de la rápida degeneración de la docencia latina incluso entre la milicia jesuítica.

1.       En los Episodios Nacionales de Galdós tenemos un testimonio de que el latín ¡vivía! (a  poner en cuarentena, dado el autor, de que el Colegio de San Ignacio donde estudió creo que no era de jesuitas) [por el método que llamarían hoy inmersión, aunque ya con síntomas de  su cercano declive; por lo menos, eso sí, no había todavía masa cum cacao confecta. La novela describe el alzamiento carlista de 1834.]

 En aquellos tiempos, ¡oh tiempos clásicos! todo se estudiaba en latín, incluso el latín mismo, y era de ver la gran confusión en que caía un alumno novel, cuando le ponían en la mano el Nebrija con sus reglas escritas en aquella misma lengua que no se había aprendido todavía. Poco a poco iba saliendo del paso con el admirable método de enseñanza adoptado por la Compañía, y acostumbrándose al manejo del Calepino para los significados castellanos, y del Thesaurus para la operación inversa, pronto llegaba a explicarse como Quinto Curcio o Cornelio Nepote. Las lecciones se daban en latín, y para que los chicos se familiarizasen con la lengua que era llave maestra de todo el saber divino y humano, hasta se les exigía que hablasen latín en sus conversaciones privadas, de donde vino esa graciosa latinidad macarrónica, que ha producido inmenso centón de chistes, y hasta algunas piezas literarias, que no carecen de mérito, como la Metrificatio invectivalis de Iriarte y las sátiras políticas que se han hecho después. Si Horacio y Cicerón hubieran, por arte del Demonio, salido de sus tumbas para oír como hablaban los malditos chicos del Colegio Imperial, habría sido curioso ver la cara que ponían aquellos dignos sujetos a cada instante se oía: Quantas habeo ganas manducandi!... Carissime, hodie castigavit me Pater Fernández (vel á Ferdinando), propter charlationen meam... ¡Eheu, paupérrime! ¿Ibis in calabozum?... Non; sed fugit meriendicula mea. Dum tu chocolate bollisque amplificas barrigam tuam, ego meos soplabo dedos. Guarda mihi quamquam frioleritam.
                   
     BENITO PÉREZ GALDÓS, Un faccioso más y algunos frailes menos

[para leer omnia fragmenta quae supersunt del Discurso apologético macarrónico de Rodriguín,
http://es.wikisource.org/wiki/Un_faccioso_m%C3%A1s_y_algunos_frailes_menos_:_13]

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