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jueves, 7 de noviembre de 2013

HAIKUS POLÍTICOS (VI): UN LEMA PARA LA IZQUIERDA


[Como resarcimiento a la larga ausencia -y para subir bastante el nivel - en vez de poner alguno de mis queridos engendros, voy  a tirar de nuestra propia despensa: dos versos de Terencio con los que me topé y que a algunos no se les caen de la boca últimamente]


                                       QUAM INIQVE COMPARATUMST, HI QUI MINUS HABENT

                                       VT SEMPER ALIQVID ADDANT DITIORIBVS!

(Ter. Phorm. 41-2)

                                         Ap. crit. Firmiter suspiciuntur hos versus interpolavisse Caium Laram

miércoles, 6 de noviembre de 2013

LATINVM AD LATRINAM (XVI): REZOS PARA SUPINOS


[Erre que erre, regresa esta sección con las dos preocupaciones que le dieron vida: ¿para qué sirve el latín? y ¿cuál es el método más adecuado? Tal vez  las respuestas sean interdependientes, y el orden importe.]

De nuevo, latín y matemáticas. El molino del Floss (1860), de George Eliot, se centra en la diferente educación que reciben los dos hijos del molinero Tulliver por razón de sexo: la preterición de Maggie frente a su hermano Tom – menos dotado intelectualmente. Parece ser que la escritora vuelca en gran parte experiencias de su vida.

La impenetrabilidad de Tom para las abstracciones, le hacen poco propicio para aprender las matemáticas y la gramática latina de Eton. De las varias alusiones a sus sufrimientos  traigo a colación la más graciosa:

un día, cuando fracasó por quinta vez con los supinos de la tercera conjugación y el señor Stelling, convencido de que tenía que deberse al descuido, ya que aquello superaba los límites de cualquier estupidez posible, lo amonestó severamente diciendo que si desperdiciaba la oportunidad de oro que se le ofrecía de aprender los supinos lo lamentaría de mayor, Tom, más abatido que de costumbre, se decidió a probar aquel único recurso, y aquella noche, tras los habituales rezos por sus padres y «su hermanita» (había empezado a rezar por Maggie cuando era una nena) y la petición de ser siempre capaz de cumplir los mandamientos de la Ley de Dios, añadió con el mismo murmullo: «Y, por favor, ayúdame a recordar siempre el latín». Hizo una pausa para pensar si debía rogar también por Euclides, ya que no sabía si debía desear comprenderlo o bien había otro estado mental más adecuado para el caso. Pero, al final, añadió: «Y haz que el señor Stelling diga que no debo seguir con Euclides. Amén». El hecho de que, al día siguiente, pasara por los supinos sin cometer errores lo animó a perseverar en el apéndice a los rezos y neutralizó el escepticismo derivado de que el señor Stelling siguiera insistiendo en Euclides. No obstante, su fe se quebró con la aparente ausencia de toda ayuda cuando llegó a los verbos irregulares. Parecía claro que su desesperación al verse sometido a los caprichos de las formas verbales del presente no constituía un nodus digno de interferencia, y puesto que aquél era el punto máximo de sus dificultades, ¿de qué servía seguir rezando en petición de ayuda?


Verdaderamente, la opinión de la autora no es que el latín es un martitio inútil, sino que no todo el mundo debe pasar por la misma educación: las matemáticas y el latín (por el método abstracto, al menos) son demasiado duros para algunas inteligencias. Así el reverendo Walter Stelling pronto se da cuenta de las pocas posibilidades que ofrece su pupilo :

No tardó en catalogar a Tom como un muchacho completamente tonto, ya que, si bien mediante arduo trabajo, podía llegar a meterle alguna declinación en la cabeza, era imposible inculcarle algo tan abstracto como la relación entre los casos y las terminaciones para que pudiera reconocer un posible genitivo o un dativo
      

 En cambio, su compañero Philip, ha estudiado la lengua con más aprovechamiento:

- Me han dado clases de latín, griego y matemáticas... caligrafía y esas cosas.
 - ¡Ah! Pero bueno, no te gustará el latín, ¿verdad? -preguntó Tom, bajando la voz y adoptando un tono confidencial.
 - Bueno... no me quita el sueño.
            - Ah, quizá es porque todavía no has llegado a las “Propriae quae maribus” -dijo Tom, meneando la cabeza, como si dijera: «Ése es el punto crítico: es fácil hablar hasta que se llega allí. (…)
            -Ya he dado toda la gramática, ya no tengo que estudiarla -contestó discretamente.

En todo caso, debemos encontrar alguna razón más poderosa para estudiar latín que la aducida por Philip a Tom:

        - No sé por qué hay que estudiar latín -dijo Tom-. No sirve para nada.

 - Forma parte de la educación de un caballero -contestó Philip-.

[Por cierto, la regla mnemotécnica Propria quae maribus tribuuntur mascula dicas, que ya aparecía en la gramática de William Lily de principios del s.XVI, es citada mejor o peor, pero abundante y jocosamente en la literatura inglesa. Así en  en una carta de Jane Austen a su hermana Cassandra en 1809:

I am sorry that my verses did not bring any return from Edward, I was in high hopes they might – but I suppose he does not rate them high enough.  – It might be partiality, but they seemed to me purely classical – just like Homer and Virgil, Ovid and Propria que Maribus]