Una
de las cosas más absurdas de mi lacunosísima educación clásica, ya lo dije, es
no haber oído nunca hablar a nadie en latín. Del colegio, qué voy a decir, cada
uno, profesor incluido, pronunciaba a voluntad, sin sentido y mayormente llano
aquello a que no le siguieran dos consonantes en la penúltima. Las clases de la
facultad, lo confieso, no las frecuenté mucho, pero fuera de leer mal lo que íbamos
a traducir preparado de casa a continuación, no se oía mucho más latín. Para
qué hablar de la poesía, de la que en toda la carrera recuerdo haber asistido a
una recitación de unos 80 segundos. Iba poco, pero pregunté varias veces a los
compañeros si se seguía recitando y me dijeron que no. No es que considere
estas cosas fundamentales, y menos a mi nivel, nunca pienso verme en la tesitura
de recitar un poema en latín, pero en fin…Es cierto que había una optativa de
métrica en quinto, donde doy por seguro que se enseñaría a recitar y no a
contar abstrusas entelequias temporales, pero la optatividad era irreal: en
teoría dos asignaturas en cuarto y dos en quinto, pero se reducía a una en toda
la carrera, pues en cuarto se nos dejó claro que ningún licenciado en la
materia lo era de verdad sin cursar Lingüística Griega (I) y Latina (I), y que
era recomendable seguir al menos con una de ellas en el último curso. En éste,
mi única preocupación era acabar en Junio a cualquier costa, salvo el sagrado
principio de poner lo menos posible los pies en el aula. Así que, para cubrir
la vacante, hice una arriesgada encuesta entre mis compañeros para adivinar
cuál sería la asignatura más concurrida y que se notase menos mi ausencia: la
agraciada fue porphyreticum marmor. [De modo que
lo poco que sé del tema es por el CD de Clive Brooks incluido en Reading Latin Poetry aloud.]
[La
evocación de mis estudios en la
Universidad me recuerda que uno de los problemas del latín es
la perversión del mundo al revés. En toda la carrera sólo tuve un año de
literatura latina por tres de española, y otros tantos de esta lengua. En
primero, mis asignaturas eran: una insufrible literatura española, lengua ídem,
historia universal - que la profesora, licenciada también en clásicas, tuvo la
sensatez de convertirla en griega y romana (pero que, por otro lado, tuvo la
ocurrencia de darla los viernes por la mañana aunque las demás clases de la
semana eran por la tarde: no iba), griego (al que no asistía por razones
comentadas en otro lugar) y latín. Y así hasta cuarto.
Los programas han cambiado, sí, pero
no en el sentido que debieran: no se trata fundamentalmente de especializar más
las clásicas, sino de que ocupen su lugar: ¿cómo puede haber un licenciado en
una filología romance sin saber latín? Esto no pasa fuera, es típico de este país
de los pseudosaberes
y del todas las opiniones son
respetables . No sé si hacen falta filólogos en la vida moderna, pero si
los hay, tendrían que tener un mínimo de nivel. ¿A qué van a la facultad los
gallegohablantes y castellanohablantes?, ¿a qué les digan cómo se lee en su
lengua?, ¿para eso pagamos los impuestos?
Ahora,
por cierto, en Galicia puede haber una oportunidad. Los nuevos planes
administrativos quieren eliminar las carreras con menos de 25 alumnos; por
debajo de ese mínimo están la filología clásica de Santiago y las gallegas de
diversas universidades (y no sé si la francesa). Aunque la gallega se salvará
por motivos políticos, quizá no estaba de más que intentaran un título mixto en
alguna de las numerosas facultades de esta tierra: filología gallega y latina
(queda fuera el griego, claro, pero milagros no hay y será mejor eso que la
desaparición; para convertirse en una subrama da igual 12 alumnos que cuatro).
Sobre los contenidos no veo problema: de 25 asignaturas, yo estudié 5 latines,
una literatura latina, dos lingüísticas latinas y un porphireticum marmor. Desde luego, la filología gallega saldría
ganando: ascendería del dilettantismo militante y expansivo, por paniaguado, al
que se reduce ahora, a un nivel por encima de la filología española (la que se
da sin prácticamente latín). Yo creo que deberían intentarlo: quizá el
resultado sería mayor que los sumandos.]
M. l'abbé de Gouvon était un cadet destiné
par sa famille à l'épiscopat, et dont par cette raison on avait poussé les
études plus qu'il n'est ordinaire aux enfants de qualité. On l'avait envoyé à
l'université de Sienne, où il avait resté plusieurs années, et dont il avait rapporté
une assez forte dose de cruscantisme pour être à peu près à Turin ce qu'était
jadis à Paris l'abbé de Dangeau. Le dégoût de la théologie l'avait jeté dans
les belles-lettres; ce qui est très ordinaire en Italie à ceux qui courent la
carrière de la prélature. Il avait bien lu les poètes, il faisait passablement
des vers latins et italiens. En un mot, il avait le goût qu'il fallait pour
former le mien, et mettre quelque choix dans le fatras dont je m'étais farci la
tête. Mais, soit que mon babil lui eût fait quelque illusion sur mon savoir,
soit qu'il ne pût supporter l'ennui du latin élémentaire, il me mit d'abord
beaucoup trop haut; et à peine m'eut-il fait traduire quelques fables de
Phèdre, qu'il me jeta dans Virgile, où je n'entendais presque rien. J'étais destiné, comme on verra dans
la suite, à rapprendre souvent le latin et à ne le savoir jamais.
Cependant je travaillais avec assez de zèle, et monsieur l'abbé me prodiguait
ses soins avec une bonté dont le souvenir m'attendrit encore.
ROUSSEAU, Confessions (l. III?, 1770?)
[1.
¿Cómo puede dar el mismo resultado estudiar latín con y sin profesor. 2 Por cierto,
no me gusta nada Fedro para aprender el latín; es otra de mis obsesiones, de la
que trataré algún día]
¿Por qué razón no ibas a griego? Me dejas con la intriga.
ResponderEliminarNo te perdiste nada con la historia de los viernes por la mañana...
Ya sabes, yo en aquella época era aplicada... Después la vida me perdió...