[Como no traigo para escarnio a ningún dómine de
provincias, sino que voy a encausar a toda una congregación, me ha salido un
poco prolijo. Divido en dos; el resto, en breves instantes]
[Dentro
de la segunda de las cuestiones de esta sección, a veces me pregunto quién
sería el último que habló latín en este país. De que en el XIX en la escuela laica se había perdido su uso hemos
visto ejemplos suficientes; es más, creo poder demostrar que en fecha tan
temprana como 1800 ya se había reducido su enseñanza a manuales gramaticales de
los que nuestros libros de texto no son más que caros descendientes. Lo que
quiere decir que nunca estuvo presente en dicha enseñanza. Pero eso será otro
día.]
Lo que hoy voy
a desmontar la especie de que el latín hablado fue conservado hasta antes de ayer
por las órdenes religiosas con establecimientos de educación, en particular por
la Compañía
de Jesús. Y no es que vaya a negar al lóbrego
enjambre ignaciano su persistencia en mantener contra viento y marea la
importancia del latín en sus planes de estudios. Basta para ello comparar los
relatos de los famosos alumnos que pasaron por sus manos, frente a los de los
no menos ilustres que acudieron a sus rivales de las Escuelas Pías, en los que
son otras materias las que ocupan sus recuerdos: así los escolapios Arturo
Barea o Azorín se acordaron de los binomios y de la Tabla de logaritmos
vulgares, pero no del latín .
Simplemente
traigo algunas de las muestras que he coleccionado de la rápida degeneración de
la docencia latina incluso entre la milicia jesuítica.
1. En
los Episodios Nacionales de Galdós tenemos un testimonio de que el latín ¡vivía!
(a poner
en cuarentena, dado el autor, de que el Colegio de San Ignacio donde estudió
creo que no era de jesuitas) [por el método que llamarían hoy inmersión, aunque
ya con síntomas de su cercano declive;
por lo menos, eso sí, no había todavía
masa cum cacao confecta. La novela describe el alzamiento carlista de 1834.]
En aquellos tiempos, ¡oh tiempos clásicos! todo se
estudiaba en latín, incluso el latín mismo, y era de ver la gran
confusión en que caía un alumno novel, cuando le ponían en la mano el Nebrija
con sus reglas escritas en aquella misma lengua que no se había aprendido
todavía. Poco a poco iba saliendo del paso con el admirable método de enseñanza
adoptado por la Compañía ,
y acostumbrándose al manejo del Calepino para los significados castellanos, y
del Thesaurus para la operación inversa, pronto llegaba a explicarse
como Quinto Curcio o Cornelio Nepote. Las lecciones se daban en latín, y para que los chicos se
familiarizasen con la lengua que era llave maestra de todo el saber divino y
humano, hasta se les exigía que hablasen latín en sus conversaciones privadas,
de donde vino esa graciosa latinidad macarrónica, que ha producido inmenso
centón de chistes, y hasta algunas piezas literarias, que no carecen de mérito,
como la Metrificatio
invectivalis de Iriarte y las sátiras políticas que se han hecho después.
Si Horacio y Cicerón hubieran, por arte del Demonio, salido de sus tumbas para
oír como hablaban los malditos chicos del Colegio Imperial, habría sido curioso
ver la cara que ponían aquellos dignos sujetos a cada instante se oía: Quantas
habeo ganas manducandi!... Carissime, hodie castigavit me Pater Fernández (vel
á Ferdinando), propter charlationen meam... ¡Eheu, paupérrime! ¿Ibis in
calabozum?... Non; sed fugit meriendicula mea. Dum tu chocolate bollisque
amplificas barrigam tuam, ego meos soplabo dedos. Guarda mihi quamquam
frioleritam.
BENITO
PÉREZ GALDÓS, Un faccioso más y algunos
frailes menos
[para leer omnia fragmenta quae supersunt del Discurso apologético macarrónico de
Rodriguín,
http://es.wikisource.org/wiki/Un_faccioso_m%C3%A1s_y_algunos_frailes_menos_:_13]
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