Hoy toca día de hacer simplemente recapitulación de
los dos escollos insorteables que hay que tener siempre en mente. ¿Más doctrina?, ¿desde cuándo no se respeta el sábado? No te indignes, que
será breve y no corre a mi cargo, sino a la amplia cuenta del
Garbancero (la acción se fija en aprox.1866):
Octubre corría y ya pasaba la
mejor sazón para sentar plaza de soldado en los ejércitos del bachillerato.
Cienfuegos y Arias fueron los que un día decidieron a Miquis a matricular a su
criado…Gracias a Dios, ya tenemos a mi
señor D. Felipe en el Noviciado, metiéndole el diente al latín. La enseñanza primaria
era en él tan incompleta como se ha visto, pero ¿qué importaba?, mejor.
Para
lo que allí había de aprender, más valía que entrara limpito de toda ciencia,
pues que limpito había de salir. Vedle cómo apechuga con su latín y con la
abominable Gramática, de la cual, maldijéralo Dios si entendía una sola
palabra. A aquel latín
debiera llamársele griego por lo oscuro. Ni él se explicaba para qué era
aquello, ni a qué cuento venía en el problema de su educación. Y, confuso,
lleno de dudas, se atrevía, en su rudeza, a protestar contra la mal enseñada y
peor aprendida jerga, diciendo:
“ Yo quiero que me enseñen cosas, no esto”
¡Cómo se reían sus amos con estos
disparates! Pero él se esforzaba en cumplir sus deberes académicos,
aprendiéndose de memoria aquel traqueteo de sílabas que componen la
declinación, y pensaba así:
“Vamos a ver en qué para esto”
Apenas le dejaba Virginia el
vagar necesario para ir diariamente tres horas al Instituto. Estudiaba un poco
por las noches, pero de muy mala gana, porque francamente…Vamos, que se le
indigestaba el latín…Era un narcótico, y le
bastaba coger el libro para caerse de sueño.
BENITO PÉREZ GALDÓS, El doctor Centeno
No hay comentarios:
Publicar un comentario