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viernes, 26 de abril de 2013

LATINVM AD LATRINAM (V): DIEGO DE TORRES VILLARROEL


           Aprovechando la grata sorpresa de toparme ayer en la contraportada de El País con una entrevista con mi denostado Wilfried Stroh, quiero aclarar que no tengo nada contra el eximio profesor: ha hecho cien veces más por el latín que cien como yo podrán hacer nunca (y lo sigue haciendo, ¡doblándome en edad!). Simplemente, no estoy de acuerdo con (casi)  ninguno de sus argumentos sobre la vitalidad del latín hoy, y menos para mañana.

           Y ya puestos a aclarar, voy a desmentir ser un agente literario encubierto de Orberg que acabará enlazando su blog a su método vivo de latín. Es cierto que a la media el latín vivo se va a imponer (independientemente de algunos problemas que le veo, ya puede, porque sospecho que no habrá a la larga), pero también creo que no es la panacea: desgraciadamente, los problemas de la supervivencia del  latín en el mundo actual son más profundos.

                “¿Y hemos venido hasta aquí a deshora sólo para oír una palinodia y una opinión vulgar?”- parece que me zumban los oídos-. “¿No nos llevaremos  algo para el viaje de vuelta?”. No soy tan miserable que al despedirme no proporcione siquiera un viático, cuanto más que reparto pólvora del Rey. Pero aunque corto, no debe ser despreciado, pues te lo entrego sacado de mi cuenta  oculta en Suiza: un partidario del latín, el Gran Piscator de Salamanca (n. 1694). ¿Y qué hace aquí un partidario del latín? Pues que se vea que el problema no es de ayer: habla de gramática y de los poetas, pero en esa época  [aprox. 1706-9] en parte tiene que esconderse el discere linguam latinam latine loquendo. En todo caso, parece que no se puede aprender, en el mejor de los casos y con la selección ambiental todavía a favor,  en menos de tres años. ¡Pero aquí, en el mejor de los casos y con la selección ambiental claramente en contra, tenemos como mucho tres años para enseñarlo! Buen viaje.

   
            Con estos principios, y ya enmendado de mis travesurillas, pasé a los generales de la gramática latina en el colegio Trilingüe, en donde empecé a trompicar nominativos y verbos con más miedo que aplicación […]
            Regañando interiormente, lleno de hastío y disimulando la inapetencia a los estudios y a la doctrina, tragué tres años las lecciones, los consejos y los avisos; y, a pesar de mis achaques, salí bueno de costumbres y medianamente robusto en el conocimiento de la gramática latina. De muchos niños se cuenta que estudiaron esta gramática en seis meses y en menos tiempo. Yo doy gracias a Dios por la crianza de tan posibles penetraciones, pero creo lo que me parece. Lo que aseguro es que en mi compañía cursaban cuatrocientos muchachos las aulas de Trilingüe, y a todos nos tocó ser tan rudos que el más ingenioso se detuvo al mismo tiempo que yo, y otros permanecieron por muchos días. Es verdad que estos adelantamientos y milagros se los he oído referir a sus padres, y como éstos son partes tan apasionadas de sus hijos, se puede dudar de sus ponderaciones. Adelanta poco un niño en saber la gramática de corta edad; es gracia que sirve para el entretenimiento, pero es muy poca la disposición que adquiere para la inteligencia de las facultades superiores. No pierde tiempo el que gasta tres o cuatro años entre los Horacios, los Virgilios, los Valerios y los Ovidios entre tanto, crece la razón, se dilata el conocimiento, se madura el juicio, se reposa el ingenio y se preparan sin violencia el deseo, la atención y la porfía para vencer las dificultades. Más allá del uso de la razón ha de pasar el que toma la tarea de los estudios. El silogizar no es para niños. Nada malogra el que se detiene hasta los quince o diez y seis años entretenido en las construcciones de los poetas. Hasta aquí hablo con los que han de seguir los estudios para oficio y para ganancia. Los que no han de comer de las facultades, en cualquier tiempo, edad y ocasión que las soliciten, caminan con ventura;

                                                                          Vida, ascendencia, crianza y aventuras (Cap. 1 y 2)

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