[No me olvido de mis deudas: aquí va otra entrega de esta sección, con la escrupulosa impuntualidad que me define a mí y a cualquier cosa que haga.]
La gran
mayoría de mis alumnos de 4º de la
ESO (17 de 20) me dicen -reiterada, sincera y jovialmente-
que no se enteran de nada. Yo me río y les digo que no se preocupen, que
siempre fue así, que cuando yo estudiaba era igual y lo mismo en época de mi padre (q.e.p.d.; n.1923), que lo
anormal sería que se enterasen. ” ¿De verdad?” y se ríen ellos también.
Para apoyar mi
afirmación he traído como testigo al gran Andrés García de la Barga y Gómez de la Serna (¿cuándo llegará el momento en España de reducir estos apellidos tan
ridículamente largos?), que escribió allá por los años 60 las mejores
memorias del siglo XX en español. Como nació en 1887 y se entraba en el
Bachillerato sobre los 10 años, calculo que este fragmento se refiere todavía,
aunque por los pelos, al siglo XIX.
Nuestro colegio no era de curas, como se decía de los religiosos, sino
de profesores laicos, algunos de los cuales fueron lo que no se llamaba aún
intelectuales. La entrada en el bachillerato se hacia con solemnidad pasando por
debajo del arco romano; el primero (el
primer año) de latín venía a ser en los estudios como la primera novia en los
placeres Y el primer frac en la vida social, algo por lo que no había más
remedio que pasar, indispensable y engorroso. «El que no sabe latín no puede tener buen fin», se
sentenciaba todavía. De nuestra clase
todos debíamos acabar mal, porque ninguno lo llegó a aprender; nuestro
profesor, creo que sólo lo fue durante un año, era el latinista don Rufino
Lanchetas, del que nos reíamos por su nombre y porque los días fríos se liaba
la capa a las piernas, como si fuese una manta, a partir de su abultada
barriga, lo mismo que los cocheros para sentarse en el pescante, y porque así
enrollado y sentado nos explicaba acompañándose con la mímica, no sé qué
tragedia de la antigüedad y hacia el gesto que él suponía en el actor al
exclamar: «Míralos, míralos cómo huyen!» Luego he sabido que don Rufino
Lanchetas fue un temido compañero de oposiciones de Unamuno y he oído hablar de
él con respeto y cariño á don Ramón Menéndez Pidal.
CORPUS BARGA, Los pasos contados-2 (Puerilidades burguesas)
Aunque
no tenga que ver con el latín específicamente, voy a subir luego otro
fragmento, que recordé espigando el libro en busca del primero, y que siempre
me hizo mucha gracia.
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