[1.Nuestra
mala fama se xtiende a Oriente. De la situación del latín en Rusia, ahora o
antes, prácticamente no sé nada; solamente lo que leí en el artículo de
Patricia Varona, Homero en la estepa: las
primeras traducciones de los clásicos griegos al ruso (Estudios Clásicos, Anejo 1, 2010). En él la autora menciona los
esfuerzos de Sergéi Semiónovich Uvárov, ministro de educación (1833-1849) por
reforzar la posición del latín en el currículo e introducir el griego como
asignatura obligatoria. Sin embargo, –añade la autora- la oleada revolucionaria
de 1848 en Europa lleva al zar Nicolás a restringir severamente la enseñanza
del griego clásico. Y es que la historia de las lenguas clásicas en Rusia es un
capítulo del movimiento de europeización de ese país.
2.
Lo que sí recuerdo son varios pasajes de los grandes autores rusos del XIX
sobre sus estudios de latín, y no precisamente en el sentido señalado. Uno de
ellos es el ingeniero y cuentista NICOLÁS GARIN (1851-1906),
hoy casi olvidado en nuestro país, que
escribió también una serie de novelas, ambientadas muchas en la tan de
actualidad Crimea. Cuatro de ellas cuentan la vida de Tioma Kartachov: La infancia, Los colegiales, Los estudiantes
y Los ingenieros. Buen observador, en ellas se puede rastrear los
problemas de ucranios y rusos o la intuición de la inevitabilidad de una
revolución.]
En la segunda de ellas, Los colegiales, el latín ocupa un lugar
imporante, para mal, claro. Aparte del borrachín de griego, dos son los
profesores de latín que aparecen en ella. He aquí el retrato del
primero, donde se encuentra uno de mis piropos
preferidos contra nuestra raza de ogros:
Los profesores …. eran objeto de una crítica
constante.
El más atacado era Jlopov, el de latín. Todos los alumnos le detestaban.
Cuando atravesaba casi corriendo y sin mirar a nadie el corredor, con su cara
roja y sus gafas azules, los alumnos de las clases superiores le dirigían
miradas de desprecio.
¡Está tan colorado porque acaba de beberse la sangre de sus víctimas!
-solía decir alguno en voz alta, para que el profesor le oyese,
Las víctimas, la
mayoría chiquillos de primero o segundo año, corrían tras él lloando y
suplicándole que les mejorase las notas. Pero él no hacía caso ni de las
lágrimas de los pequeños ni de las burlas de los mayores, y procuraba llegar lo
más pronto posible al gabinete donde se reunían los profesores. Allí, entre
clase y clase, iba y venía, excitado, furioso, de un extremo a otro de la
estancia, sin cruzar la
palabra con sus colegas, que tampoco le querían. Aislado, renegando para
su capote de todo y de todos, esperaba el momento de empezar la nueva batalla.
Sus víctimas
preferidas eran los muchachos apocados, tímidos. Con verdadero sadismo los martirizaba, los perseguía, les
hacía llorar. Acababan por inspirarle una especie de ternura: tanto
placer encontraba en atormentarles.
Pero
lo importante no es el retrato personal de los profesores de latín, sino que
estos y su asignatura simbolizan las fuerzas retrógradas, antidemocráticas. Los
adolescentes protagonistas lo rechazan y les da igual suspenderlo. Su actitud
se declara rotundamente en el artículo que escribe el protagonista para un
periódico escolar que editan los colegiales:
- Para el primer número- añadió Kartachov- escribiré un artículo
sobre los incovenientes de
la educación clásica…de la enseñanza del latín y el griego.
-
¡Un bonito tema!
–exclamó Kornev. (…)
- Tal vez el artículo te salga tan bien que se lea en las altas esferas…y, ¿quién
sabe?, motive la supresión
del latín y el griego en los colegios.
Pero
clave para la novela es el segundo profesor de latín, último obstáculo de Tioma
para ir a la Universidad.
A él le dedica un capítulo entero en el que se cuenta el
examen de latín, del que Kartachov sale victorioso gracias a un cambiazo y la
ayuda del director del colegio, que temía a un pariente de Tioma general. Es
algo largo, pero, por si a alguien le interesa, lo subo por la tarde.
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