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martes, 22 de abril de 2014

LATINVM AD LATRINAM (XXIII): EL EXAMEN DE LATÍN DE TOLSTOI

[León Nikolaievich TOLSTOI (1828-1910) tuvo una educación peculiar, como miembro de la más antigua nobleza  rusa. Como muestra baste decir que  salió solo –sin criado- por primera vez a la calle a los 17 años, y escapándose. Pero para entrar en la universidad debió enfrentarse al examen normal de ingreso, del que da amplia cuenta en sus MEMORIAS (infancia, adolescencia y juventud). Al examen de latín dedica el c.XII de la tercera parte, dando cuenta de otro ejemplar de nuestro tremebundo linaje:]

      Marchó todo estupendamente hasta el examen de latín. El estudiante de la cara vendada fue el primero; Siemionov, el segundo, y yo, el tercero. Incluso empecé a sentirme orgulloso, pensando que, a pesar de mi juventud, yo no era cualquier cosa.

      Ya desde el primer examen todos hablaban con miedo del catedrático de latín, que, al parecer, era una especie de fiera que se complacía en hundir a los jóvenes, sobre todo a los que se pagaban los estudios, y, al parecer, sólo se expresaba en latín y griego. Saint-Jérôme, que era mi profesor de latín, me animaba, y a mí también me parecía que pudiendo traducir a Cicerón sin diccionario, algo de Horacio y conociendo perfectamente a Stumpf, no estaba peor preparado que otros, pero salió al revés. Durante toda la mañana no se oyó hablar de otra cosa que de los suspensos de aquellos que se presentaron antes que yo. A uno le dieron un cero; a otro, un uno; otro había recibido una bronca y querían echarle, etc., etc. Únicamente Siemionov y el estudiante número uno, como siempre, salieron tranquilamente y obtuvieron un cinco cada uno [5, nota máxima; 2, aprobado]. Presentía la desgracia cuando me llamaron, junto con Ikonin, a la mesita ante la que estaba sentado únicamente el terrible catedrático, un hombre pequeño, enjuto y amarillento, con largos cabellos grasientos y el rostro muy pensativo […]

            - ¡Ah! ¿Todavía falta usted? Bien, tradúzcame algo--dijo, dándome un libro-, y si no, mejor aquí. Hojeó el libro de Horacio, abriéndolo por un sitio que me pareció que nunca nadie podía haber traducido.

            -Esto no lo he preparado-dije.

            -Entonces usted quiere traducir lo que sabe de memoria. ¡Bien! No; traduzca esto.

            A duras penas logré sacar el sentido, pero a cada una de mis miradas interrogantes el catedrático movía la cabeza y, suspirando, sólo decía «no». Finalmente, cerró el libro con tantos nervios y tan de prisa que se pilló un dedo entre las páginas.
Lo sacó con enfado, me entregó la papeleta de  gramática y, recostándose en el sillón, guardó silencio del modo más lúgubre. Empecé a contestar, pero la expresión de su rostro me paralizó la lengua, y todo lo que estaba diciendo me parecía que era equivocado.

            -No es eso, no es eso, no es eso en absoluto […]

[1. Al final, la fiera le pone un dos, pero la actitud del profesor –injusta y corrupta, aunque en el fragmento no se refleje- desmoraliza completamente al estudiante. Un reflejo de la sociedad zarista de mediados del XIX.
2. Sobre la polémica (y ambivalencia) de los estudios clásicos en la Rusia prerrevolucionaria, subiré algo la próxima semana (sobre todo del griego: prepárense los colegas)].

martes, 1 de abril de 2014

LATINVM AD LATRINAM (XXII): LA QUESTION DU LATIN

El exabrupto contra el latín y el griego, proferido la semana pasada – y repetido ésta- por el al parecer filósofo Roberto Augusto, me hace desviarme de mi ruta y dedicarle un pequeño comentario. Obviamente, no voy a responder aquí: no es el foro, ya lo ha hecho perfectamente Fernando Blaya y estoy de acuerdo con Carlos Cabanillas en que contestarle es seguirle el juego  de la publicidad. Por si alguien tiene curiosidad, su saber queda retratado en este tweet


Independientemente de la pobreza argumentativa del interlocutor, es un tema que nos debe interesar y, al que, desde luego, no debemos tener ningún miedo. Lo que más ridículo me parece es que crea decir algo novedoso, cuando es un tema manido. Es una reproducción, con un siglo largo de retraso, de la llamada question du latin, muy polémica en Francia en su momento, que cristalizó en el libro de Raoul Frary titulado precisamente La question du latin (1885). Resumido rápidamente, se trata de un alegato para la abolición del latín y el griego de la enseñanza estatal no universitaria, propugnando su sustitución por materias “más útiles” como ciencias naturales, geografía política e historia, idiomas modernos como el inglés o alemán y otras acordes con la vida práctica, el comercio, el progreso etc.
  
Como recoge Ángel Ruiz Pérez en su artículo Clarín y el mundo clásico (Eclás 111) entre las miles de respuestas en varios sentidos que suscitó, una fue la de Clarín en su discurso de inauguración del curso 1891-2 en la Universidad de Oviedo; en él sí se encuentra un argumento ad hominem, pero que tiene su peso:Por lo común, los que piden la abolición del griego y del latín no saben ni latín ni griego; no han sido educados clásicamente, a lo menos con fruto, y juzgan la cuestión sin conocer uno de sus términos; saben lo que no es la enseñanza clásica, pero no saben lo que es; a estas gentes es inútil hablarles de las ventajas…”


Pero lo mejor de todo es que la polémica dio lugar a un cuento de Guy de Maupassant  titulado igualmente La question du latin, que podéis leer aquí. A mí me gusta especialmente, quizá porque le he dado un final distinto: me hice hace diez años con esta cafetería…

   …sin dejar de dar latín (de momento, al menos).

[No sé qué opinaba de verdad Maupassant, porque en otro cuento, Vanos Consejos,  también parece ser de la opinión de Frary, aunque pide  la sustitución del latín por asignaturas más útiles como..  Defensa para hombres contra mujeres en lides amorosas. Así que...]