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martes, 29 de abril de 2014

LATINVM AD LATRINAM (XXIV): LA VERDADERA UTILIDAD DEL GRIEGO


[1.Contentísimo por este puente que en breve me catapultará al 5 de mayo, hoy no voy a flagelarme y, en cambio, voy a disciplinar un poco a los compañeros de griego. Casi siento envidia, pues en mi casi inagotable arsenal de citas amorosas sobre el latín, no tengo ninguna tan afectuosa como esta.] 

            En el año de 1887, el Gobierno había puesto la tasa del diez por ciento para el ingreso de muchachos judíos en la enseñanza del Estado. Conseguir entrar en un Gimnasio era punto menos que imposible, pues para ello había que contar con muchas influencias o gastarse mucho dinero para allanar el camino. Los Institutos técnicos se diferenciaban de los Gimnasios en que el plan de enseñanza no incluía las lenguas clásicas y exigía, en cambio, más matemáticas, ciencias naturales e idiomas modernos. Y aunque la "tasa" regía también para estos Institutos, la afluencia de chicos era aquí menor y mayores, por tanto, las posibilidades de ingreso. En periódicos y revistas sosteníanse grandes polémicas sobre las ventajas de la educación clásica y la técnica. Los conservadores defendían el criterio de que el clasicismo desarrollaba el espíritu de disciplina; o para decirlo sinceramente, daban por descontado que el ciudadano que en temprana edad pasaba por el suplicio del griego, sabría soportar pacientemente, cuando fuese hombre, el régimen zarista. Los liberales, sin repudiar el clasicismo, que no en vano es hermano de leche del liberalismo, pues los dos se amamantaron en el Renacimiento, fomentaban al mismo tiempo la enseñanza técnica. En la época de mi ingreso, ya se habían acallado estas polémicas por una circular en la que se prohibía discutir acerca de las ventajas de uno y otro sistema de enseñanza
TROTSKY, Mi vida (La familia y la escuela)

[2. Arresto de propagandista por la policía zarista (por Iliya Repin). Esperemos, por su bien,  que el detenido haya estudiado en un Gimnasio y no en un Instituto Técnico.] 
[3. Ya dije en otra ocasión que del carácter aperturista al que algunos asocian las lenguas clásicas en Rusia es discutible; las connotaciones que tienen estas para los grandes autores rusos son más que dudosas. De la cita precedente se deduce la existencia de una especie de question du latin rusa. Por último, la autobiografía completa de León TROTSKY (1879-1940) puede leerse en esta tan interesante como escorada página.]

martes, 22 de abril de 2014

LATINVM AD LATRINAM (XXIII): EL EXAMEN DE LATÍN DE TOLSTOI

[León Nikolaievich TOLSTOI (1828-1910) tuvo una educación peculiar, como miembro de la más antigua nobleza  rusa. Como muestra baste decir que  salió solo –sin criado- por primera vez a la calle a los 17 años, y escapándose. Pero para entrar en la universidad debió enfrentarse al examen normal de ingreso, del que da amplia cuenta en sus MEMORIAS (infancia, adolescencia y juventud). Al examen de latín dedica el c.XII de la tercera parte, dando cuenta de otro ejemplar de nuestro tremebundo linaje:]

      Marchó todo estupendamente hasta el examen de latín. El estudiante de la cara vendada fue el primero; Siemionov, el segundo, y yo, el tercero. Incluso empecé a sentirme orgulloso, pensando que, a pesar de mi juventud, yo no era cualquier cosa.

      Ya desde el primer examen todos hablaban con miedo del catedrático de latín, que, al parecer, era una especie de fiera que se complacía en hundir a los jóvenes, sobre todo a los que se pagaban los estudios, y, al parecer, sólo se expresaba en latín y griego. Saint-Jérôme, que era mi profesor de latín, me animaba, y a mí también me parecía que pudiendo traducir a Cicerón sin diccionario, algo de Horacio y conociendo perfectamente a Stumpf, no estaba peor preparado que otros, pero salió al revés. Durante toda la mañana no se oyó hablar de otra cosa que de los suspensos de aquellos que se presentaron antes que yo. A uno le dieron un cero; a otro, un uno; otro había recibido una bronca y querían echarle, etc., etc. Únicamente Siemionov y el estudiante número uno, como siempre, salieron tranquilamente y obtuvieron un cinco cada uno [5, nota máxima; 2, aprobado]. Presentía la desgracia cuando me llamaron, junto con Ikonin, a la mesita ante la que estaba sentado únicamente el terrible catedrático, un hombre pequeño, enjuto y amarillento, con largos cabellos grasientos y el rostro muy pensativo […]

            - ¡Ah! ¿Todavía falta usted? Bien, tradúzcame algo--dijo, dándome un libro-, y si no, mejor aquí. Hojeó el libro de Horacio, abriéndolo por un sitio que me pareció que nunca nadie podía haber traducido.

            -Esto no lo he preparado-dije.

            -Entonces usted quiere traducir lo que sabe de memoria. ¡Bien! No; traduzca esto.

            A duras penas logré sacar el sentido, pero a cada una de mis miradas interrogantes el catedrático movía la cabeza y, suspirando, sólo decía «no». Finalmente, cerró el libro con tantos nervios y tan de prisa que se pilló un dedo entre las páginas.
Lo sacó con enfado, me entregó la papeleta de  gramática y, recostándose en el sillón, guardó silencio del modo más lúgubre. Empecé a contestar, pero la expresión de su rostro me paralizó la lengua, y todo lo que estaba diciendo me parecía que era equivocado.

            -No es eso, no es eso, no es eso en absoluto […]

[1. Al final, la fiera le pone un dos, pero la actitud del profesor –injusta y corrupta, aunque en el fragmento no se refleje- desmoraliza completamente al estudiante. Un reflejo de la sociedad zarista de mediados del XIX.
2. Sobre la polémica (y ambivalencia) de los estudios clásicos en la Rusia prerrevolucionaria, subiré algo la próxima semana (sobre todo del griego: prepárense los colegas)].